Mujeres Sabias, Nacimientos Acuarianos
  • .

Relato de un nacimiento

Imagen
Parto en casa. Mujeres Sabias, Nacimientos Acuarianos
Ésta es una parte de nuestra historia, mi parto. Cuando comencé este recorrido que concluyó con el nacimiento de mi hijo, una de las cosas que más disfrutaba era cerrar la puerta al mundo exterior y refugiarme en mí misma y en el ser que crecía dentro de mí. En esos momentos, adoraba leer las experiencias que otras mujeres habían escrito narrando sus vivencias, mujeres que habían querido y sabido vivir su parto intensamente, como uno de los momentos más especiales e importantes de sus vidas. Entonces, con la riqueza y fuerza que todas ellas me transmitían cerraba los ojos e imaginaba el mío, sentía a mi bebé atravesando mi cuerpo y llegando a mí, a la vida. No había una sola vez que las lágrimas no invadían mi rostro con inconmensurable emoción e infinita felicidad. Y así alimentaba mi sueño de ser madre, así crecía mi ansia por conocerle y abrazarle.

   Hoy el sueño es realidad, él ya está conmigo, día a día recuerdo aquel hermoso momento y miro atrás y adelante….y pienso…Pienso qué podría yo aportar a todas las mujeres que de una u otra manera han puesto su pequeño granito de arena para construir tierra firme y un día pisar fuerte y alzar, y alcanzar la cumbre. Pues esto es lo mejor que se me ocurre, mi relato:

“(…)Hoy vuelvo a escribir, ya he encontrado unos minutos para contar (el tiempo que su siesta me permita) que nuestro bebé ya está aquí con nosotros.

   Nació un jueves de enero a las 7 de la mañana después de una noche muy entretenida, je, je. Pesó 3400gr, quien iba a decir que cabía dentro de mí. Es grande y de pelo escaso y clarito (otro detalle inexplicable) y parece estar muy, muy feliz de haber nacido.

Su papá y yo estamos desde entonces atrapados en su mirada intensa y profunda.  Conseguimos cumplir el sueño de darle un nacimiento lo más humano dentro de lo posible, un paso al mundo como queremos que el mundo comience para él, un lugar tranquilo y acogedor. Fue íntima, suave, y sobre todo una experiencia llena del cariño y la emoción que habíamos ido acumulando para recibirle. Pudimos cumplir el sueño de tenerlo en nuestra casa, en una sillita de partos que el papá hizo días antes con sus manos, aunque por poco la naturaleza nos roba este escenario, ya que debido a una pequeña rotura de bolsa el domingo, la fecha de inducción ya estaba programada para el viernes.

   Precisamente por ver de reojo cómo podíamos perder nuestra oportunidad, la llegada de cada una de las contracciones fue un regalo, aunque doloroso, muy apreciado. Nuestro bebé quiso poner de su parte y empezó a empujar con fuerza la noche del miércoles.

   El recorrido fue progresivo, ya notaba contracciones desde la madrugada, contracciones que se cortaron en una visita al ginecólogo, en el que comprobamos que el líquido amniótico era ya algo escaso. Ahora sé que no hubiera hecho falta ni siquiera ir a la consulta porque yo mi cuerpo ya había desencadenado el parto esa mañana. Al salir de la clínica y ya en el viaje de vuelta, en el que reinaba un gran silencio entre nosotros, cerré los ojos, abracé mi barriga e intenté conectarme con el bebé, para que empezar juntos el camino para tenerlo en mis brazos. Y justo, fue cruzar la puerta de casa y volver a encadenar las suaves pero contundentes contracciones que ya había comenzado a tener horas antes.

    La tarde avanzó tranquila aunque con algún que otro percance (esa tarde, todos los técnicos querían venir a casa a reparar los electrodomésticos varios que se habían averiado…era todo tan casual e inoportuno que teñía la tarde de un aire cómico un tanto extraño). Yo le pedí a mi pareja que a partir de ese momento era necesario para mí concentrarme en el parto y desconectar del resto del mundo, el cual lo dejaba para él. Así lo hicimos y admirablemente él supo conjugar todos los factores para que la casa estuviera preparada para el momento sin interrumpir mi ritmo, el cual lo desarrollaba a solas en la habitación como si no existiese la vida afuera. Estaba tumbada a cuatro patas sobre el colchón, en completa oscuridad, concentrada en conocer y entender en profundidad el gran mito de una contracción. Sentía y sentía el lugar, las partes de mi cuerpo que se manifestaban, el cómo, la variación de intensidad, era todo un descubrimiento tan bien recibido al fin, que suponía la puerta a la llegada de mi hijo, y mi cuerpo estaba consiguiendo desencadenarla por sus propios medios. Que gran satisfacción.

   A media tarde, mi compañero tuvo que ir a terminar sus últimas tareas antes del parto, el cual pensábamos que llegaría mucho tiempo después (por lo lento  de una primeriza…). Yo seguí allí esperando a una de mis comadronas, Gemma, que vendría a ver cómo me encontraba. Cuando llegó, efectivamente me confirmó que estaba de parto y decidí tomar aceite de ricino y homeopatía, para no volver atrás, ahora que lo habíamos conseguido…Me pareció buena idea, quería favorecer el proceso por todos los medios y los tomé. Los resultados no se hicieron esperar, el aceite me provocó una diarrea y vómitos que me deshidrataron un poquito y perdí algo de la energía que llevaba acumulando concienzudamente durante tantos días con una saludable y energética alimentación, para encontrarme fuerte este día. Eso sí, a partir de ese momento las contracciones se intensificaron en tiempo y forma, lo que supuso una enorme tranquilidad, pues ya no había vuelta atrás. Entonces coloqué bajo la ventana mi amuleto: un trozo de camiseta con un grabado: “Mi cuerpo sabe parir perfectamente”, hecho por Casilda Rodrigáñez que había llegado a mis manos proveniente de mujeres que habían querido parir de forma consciente y activa, y que yo había heredado como parte de la cadena. Me transmitía la fuerza de todas ellas y ponía un toque mágico en el momento. El parto había empezado.

   Cuando regresó mi pareja, sobre las nueve y media de la noche, le comenté la frecuencia y la intensidad de las contracciones, pues ya necesitaba un poco de su ayuda para pasarlas. Eran dolorosas pero llevaderas, gracias a él y la pelota de pilates. Así que cenamos entre oleadas (intentaba comer porque quería estar fuerte para el momento), mientras él anotaba la frecuencia y duración de las contracciones en una pizarra. Eran irregulares pero a mí me sorprendía que fueran tantas y tan cercanas en el tiempo. Cuando terminamos, él se dispuso a preparar el espacio que, días antes, yo le había explicado al detalle como quería: una alfombra al pie del sofá llena de cojines, una selección de música que yo había preparado para el momento, las cámaras para perpetuar el momento, una iluminación tenue y acogedora…

    A las once llamé a una de mis comadronas o guías (como sentía que eran), Coni, para contarle cómo me encontraba y me dijo que volviera a llamarle a la una, hora que, cuando llegó yo ya no conseguía ni hablar. Cuando mi pareja les comentó este detalle, se dispusieron a venir, había llegado el momento de acompañarme…

     La evolución de las contracciones continuó aunque nunca, ni al principio ni al final fueron regulares, 3, 4, 5, 8 minutos….siempre oscilando entre estos tiempos. Yo estaba, tal y como lo había imaginado, en la alfombra del salón, descansando e intentando dormir entre almohadones entre cada contracción y agarrada al sofá a cuatro patas  durante el desarrollo de cada una. Fue como un ritual, cuando sentía que comenzaba me colocaba en la posición que mi instinto buscaba y me concentraba para recibirla, explorarla y no resistirme a ella (algo nada fácil) y cuando había terminado volvía a mi posición tumbada entre almohadas a intentar dormir (algo que, bajo mi propia sorpresa y debido a la gran concentración que ponía en descansar, casi siempre conseguía). Recuerdo algo, ahora divertido, y es que mi pareja estaba muy cansado y entre contracciones se dormía. Yo estaba muy preocupada y me enfadaba con él porque pensaba que no iba a aguantar hasta el parto y tendría que hacer el trabajo sin su ayuda. Yo deseaba que él participara en todo el proceso y no concebía que pudiera dormir o perderse los detalles en el momento más importante de nuestras vidas. Además, recuerdo que le demandaba mucha atención, sobre todo que me ayudara a incorporarme cuando llegaba la “oleada” y a acostarme tras ella. Le necesitaba. Toda mi concentración estaban asombrosamente centrada en dos propósitos: recibir la contracción sin resistirme a ella y dormir entre medias para llegar al expulsivo con fuerzas. Fue por ello que apenas me moví de aquel rincón en toda la noche.

    Mi cuerpo y mi mente estaban separados y acompasados a un mismo tiempo: mi mente controlaba todo el proceso (estudiaba las sensaciones, controlaba el descanso, los tiempos y todos los detalles que yo había preparado) a la vez que dejaba parte del protagonismo al libre hacer de mi cuerpo, que actuaba según su instinto en las posturas, los sonidos, las emociones, etc, y se dejaba embaucar en cada ola que le recorría, poniendo de su parte para abrirse y hacer camino.

   No hubo tactos ni intervención alguna, en uno de los momentos pregunté a una de mis acompañantes en qué parte estábamos del proceso y me respondió: “¿necesitas saberlo?”, no le dije que no, porque si hacíamos un tacto y me sacaba una dilatación muy poco avanzada (como por ejemplo 3 cm) me desmoronaría. Ella me afirmó riendo que estuviera tranquila, que me aseguraba que un tres no iba a ser y que estaríamos más bien por el final. Suspiré y me armé de nuevo de toda la confianza en mí y mi cuerpo.

   Recuerdo que conforme era consciente del proceso y su desarrollo, mi mayor alivio era pensar que mi bebé estaba muy cerca, y cada vez que esto venía a mi mente lloraba de emoción, lo visualizaba abriéndose camino, avanzando en sus últimos momentos dentro de mí. Y así, entre llantos de alegría fuimos pasando las horas. Las contracciones eran cada vez era más dolorosas y largas, a veces me asustaba y pedía apoyo, notaba como el dolor iba cambiando y cada vez era más abajo y se iba expandiendo horizontalmente, eran las señales que me hacían ver como todo avanzaba. Era capaz de explicarlo perfectamente, mientras me sorprendía la lucidez del momento. En uno de los momentos me propusieron ir al baño y sentarme allí sola, Gemma me propuso intentar tocar la cabeza del bebé y me llevé una extraña sensación cuando, ya podía sentirla al fondo de mi vagina. Tenía un tacto desconocido, suave pero a la vez arrugado, como  bultitos…Mi emoción se desbordó, sentía que me mareaba de tanto sentir, pero ellas me reclamaron los pies en la tierra, e inmediatamente volví a pisar suelo firme.

 Llegó el momento del expulsivo, pero yo no tenía ganas de empujar y, aunque estaba deseando que llegaran, no había tenido en ningún momento, así que decidimos dar más tiempo al cuerpo y dejarle abrir un ratito más. Ellas fueron a la habitación y nos “dejaron hacer”en intimidad otro pequeño recorrido. Al rato volvieron y comenzamos el trabajo final. Preparamos ya todo para el gran momento dando un aire todavía más íntimo y acogedor: pusimos la música de nuevo, bajamos un tono la luz, y Gemma colocó el espejo en sus rodillas. Por fin pude sentarme en la sillita de parto que mi pareja había hecho con sus propias manos un día antes. Me encontraba tan cómoda…él se colocó detrás de mí. De vez en cuando me levantaba y me movía para ayudar a la circulación de la zona.  El principio fue desmoronador, pues, yo empujaba con todas mis fuerzas en cada contracción y en el espejo podía comprobar como mi cuerpo se abría tan, tan poco que pensé por un momento que iba a ser muy difícil. Simultáneamente era muy emocionante ver cómo ya asomaba la cabecita, que estaba ahí mismo, y bajaba en cada contracción, aunque después volviera a subir.

   Poco a poco fue encontrando camino, cada vez más, ya estaba ahí casi. Entonces Coni me dijo:“ahora sentirás que te quema” y unos minutos después llegó sentí un ardiente estremecedor halo de fuego en la superficie. “Ahora sí tenemos que sacarla” escuché y sin saber cómo supe que había llegado el momento más difícil ante el cual tenía que responder, esta vez sola, sin la ayuda de nadie. Parecía una tarea imposible pero no dudé en que (sin saber cómo) lo haría. Llené mis pulmones de todo el aire que había en aquella habitación y soltándolo poco a poco y ayudándome con el apoyo físico en mi pareja (que me sujetaba sentado detrás de mí), comencé a empujar con una fuerza sobrenatural acompañada de gritos desmedidos, que eran la única manifestación que me ayudaba a encontrar y ejercitar tal esfuerzo sobrehumano. Jamás antes me habría imaginado así a mí misma, pero aquel momento no pertenecía a este mundo racional, muy por el contrario, era puro instinto. Sentí entonces a cámara lenta cómo su cabecita me atravesaba de una vez. Fue difícil controlar tanta fuerza, pero seguir cuidadosamente las orientaciones de ambas hizo que le periné abriera muy lenta y suavemente, sin ningún desgarro. Gemma me dijo que podía tocarla y mi mano acarició ansiosa su cabecita mientras llegaba la siguiente contracción, impresionante su suavidad. Fue en ese momento que toqué una oreja: “Qué impresión tan bonita”, era diminuta, que ternura…y me avisó para  que cuando llegara la siguiente contracción estuviera preparada para darle las manos y terminar de sacar su cuerpo tal y como yo le había pedido. Y así fue, “ahora, cógele”, emocionada e impaciente mis manos le buscaban y le encontraron ahí, todavía dentro de mí, un cuerpo pequeño y tierno, que mis manos abrazaron, y llevaron a mi pecho, donde se acurrucó para recibir todo el amor de sus padres en los primeros momentos mientras clavaba su mirada penetrante en mis ojos para conocernos por primera vez. Le llenaba de besos, respiraba su olor y le apretaba fuerte hacia mí acariciando su dulce piel, cerrando los ojos para sentirle y volviéndolos a abrir atrapada en su mirada sin que pudiera ya pensar en otra cosa.

Y así consiguió nacer, en una íntima madrugada, despacito y sin llorar, con una música suave de piano y luces muy tenues, buscando con sus grandes y despiertos ojos el camino, mientras su padre y yo le observábamos atónitos y muy emocionados a través de un espejo. Nuestras cuatro manos reconocieron a nuestro hijo y recorrieron unos minutos su espalda masajeando y estimulando sus pulmones, que se llenarían de aire por primera vez unos largos minutos después. Fue entonces, cuando lo tenía agarrado con todas las fuerzas hacia mí, intentando poner límites al vacío que encuentran por salir del útero, cuando sentí un pequeño bultito abrazándole el culete: “¡¡¡ES UN NIÑO!!!'' Ahora sí, gritando y llorando con emoción incontenida). Una de las comadronas nos dijo que lo miráramos por nosotros mismos. Lo alzamos un momento y así es, un niño, como el mundo presentía (ya que no quisimos saberlo hasta el nacimiento) y no se equivocó.


  No puedo dejar de revivir esos instantes continuamente, en los cuales me quedé atrapada. No quiero olvidar ni un detalle y me muero por conseguir rescatar más y más recuerdos, sonidos, imágenes, olores, palabras, pero es difícil porque la intensidad del mismo fue tal, que yo desaparecí del mundo unos momentos en el que él y yo fuimos a encontrarnos a otra parte en la que sólo estaba su cuerpo (muy caliente) y el mío. Me sorprendí cuando esperaba un bebé tierno y sensible, sintiendo por el contrario la tremenda fuerza arrolladora de un ser tan pequeño…, su rostro se repite en mi mente una y otra vez, qué expresión de fortaleza y resistencia tan enorme. No creo que exista otro momento para mí como éste, ni siquiera encuentro palabras para describíroslo, aunque lo intento y me gustaría…Era puro instinto, como la vivencia más primitiva, no sé, como si mis piernas se prolongaran y mis pies tuvieran raíces con la tierra en aquel momento.

Cortamos el cordón cuando éste dejó de latir y unos minutos después salió la placenta. Fue entonces cuando me recosté mi bebé sobre mí, el cual comenzó a buscar mi pecho con simpáticos resoplidos hasta que encontró uno de ellos al que se agarró unos minutos.

      En los momentos siguientes fueron piel con piel a nuestro lado, mientras las comadronas se aseguraban de que todo estuviera bien, aunque de una forma tan sutil que ni me daba cuenta de ello. Muy pronto, nos dejaron solos un ratito a los tres para vivir el momento en la intimidad más absoluta. Él no lloraba, sólo nos miraba y miraba, con su cuerpo totalmente relajado y tranquilo y de vez en cuando mamaba un poquito mientras nosotros lo cubríamos de caricias y nos besábamos con un sentimiento tan especial que antes no recuerdo. Recuerdo que su padre repetía asombrado: “¿se puede estar más en paz que está ahora este niño?” “que forma tan bonita de venir al mundo”. Y así,  de inmediato nos enamoramos, como no puede ser de otra manera, de nuestro precioso bebé y nuestra nueva familia.En uno de estos momentos se “abrió” el cielo, dejando caer una fuerte lluvia que nos sumió todavía más (si esto era posible) en la intimidad de nuestro nido y nos preparó un aire limpio y una luz brillante para la primera mañana de nuestro recién nacido.

Las comadronas se fueron tras un gran desayuno de celebración y una ducha para mí y después nos fuimos los tres a nuestra habitación a seguir juntos y viviendo sus primeras horas de vida. Ninguno pudo dormir, imaginaros, tampoco lo intentamos. Fueron muchas horas hasta que pudo llegar nuestra familia, pero a nosotros nos pareció un instante, que no queríamos que terminara nunca.

    Yo he estado tres días apenas sin dormir, mi cuerpo tenía un golpe de oxitocina que no me dejaba perder detalle, ni bajar la guardia…ni mirar a otro lado, ni, ni, ni, (ni recordar que había mundo más allá del mío y contestaros….),…qué cosas…sé que me el mundo me disculpa por no ver más allá…

   Tuvimos la suerte de tener como guías a dos profesionales muy capaces pero sobre todo a dos mujeres muy válidas, con la experiencia suficientemente amplia, el corazón sensible y la mente clara, como para sabernos llevar en este camino nuevo para nosotros dentro de un proceso de máximo respeto e intimidad, en el que nos dejaron hacer, buscarnos, encontrar nuestro camino, sentirnos juntos y por separado, querernos…Un proceso de apoyo continuo y máxima discreción, y de fuerza, experiencia y sobre todo de ese complejo saber estar de una mujer sabia y experta, que conoce, calla y espera en el silencio, desde un rincón sin prisas, pero que aparece y actúa en el momento, con una mirada, una palabra o un simple gesto, a veces intuyendo la llamada de un grito ahogado en el silencio, tan conectadas, de una percepción tan sutil... Yo buscaba, como si de algo imposible se tratara, este tipo de mujer para mi parto desde el momento en que me quedé embarazada, sin embargo, no fui yo sino una serie de detalles (nada casuales creo ahora) los que me llevaron a ellas, cuando conseguí relajarme y dejar de buscar desesperadamente el ideal que no encontraba, para dejar que las cosas llegaran por sí solas. Y de hecho que llegaron, llegaron ellas a mi vida para este gran momento. Mi profundo agradecimiento para ellas, Gemma y Coni. Que además se implicaron para dejarnos todo el proceso fotografiado al detalle, con unas imágenes que hablan por si solas. Tienen un lugar muy especial en mi corazón. Estos grandes encuentros son los que, en todos los sentidos, dan vida.

   Y bueno, contaros que yo sólo tuve que hacer medio parto, porque la otra mitad la hizo mi pareja, él sin saberlo. Me sorprendió que apenas habláramos en todo lo que éste duró, pero….no hizo falta, muy al contrario, la comunicación se hizo tan fina que lo hacíamos de otras mil maneras que antes no sabíamos siquiera que existían, ambos sabíamos dónde, cuando, cómo y por qué en cada momento, y así íbamos abriendo el camino, en silenciosa complicidad, en un auténtico trabajo de equipo de dos (bueno, de tres en verdad, porque nuestro bebé hacía su trabajo desde dentro, buscando el camino sin prisas ni alteración alguna, ya que sus pulsaciones siempre nos decían que estaba muy tranquilo, y eso nos daba la calma necesaria para seguir a nuestro ritmo)...

   La confianza que mi pareja puso en mí para tener a nuestro hijo fue tan grande que a veces me daba miedo, pues me hacía sentir con una seguridad tan grande como desconocida. Algo que le agradezco especialmente porque era justo lo que necesitaba. Yo siempre proyecté este momento como algo muy propio y consciente, donde yo me sintiera libre, con capacidad para definir cada instante. Imaginaba el nacimiento como un momento para vivirlo, disfrutarlo y recrearme en él al máximo, algo precioso para recordar siempre, pero sobre todo darle un paso a la vida agradable, suave, progresivo y en completa intimidad con el mundo. Quería escuchar y conocer el lenguaje de mi cuerpo en el proceso e implicarme como  parte activa. Deseaba con todas mis fuerzas que así fuera, y aunque sabía que pudiera ser algo diferente si finalmente debía ser en un hospital, al menos quería intentarlo, pero es cierto que me rondaban algunos fantasmas. Él fue el impulso para cumplir este sueño y el apoyo para llevarlo a la práctica venciendo los miedos y dudas. Permanecer, escuchar, sostener y acompañar, fueron las cualidades que conjugó en admirable equilibrio para recorrer el camino conmigo, vivirlo en primera persona,  disfrutarlo, aprender y facilitármelo. En silencio unas veces, permaneciendo simplemente en otras, dejándose en una emoción, y hasta “empujando”, o incluso, siendo y articulando las fuerzas que yo ya no encontraba para levantarme, colocarme, aguantarme. Así lo imaginaba y así, y mucho, mucho más, fue.”

   En ningún momento del parto tuve miedo (como a veces pensaba que sería), muy al contrario, me sorprendí con una fuerza desconocida y desbordante que se prolongó durante los primeros días de vida del bebé y que sigue acompañándome desde entonces. Me sentí más segura, más fuerte, más completa. Empecé a amar y sentir a mi bebé por encima de nada en el mundo, como nunca antes habría sospechado,a disfrutar de mi nuevo rol de madre de un niño hermoso y también un poco “madre de todos”, con una nueva empatía y un nuevo posicionamiento en el mundo. Comencé también a respetar y valorar más mi cuerpo, que pasó a gustarme más después de enseñarme tantas cosas, de conocernos al fin del todo y de brillar así en tan admirable tarea. Y en especial, de un modo muy personal, me alegré inmensamente y como nunca de ser MUJER, y poder así crear, disfrutar y vivir plenamente la experiencia de un NACIMIENTO, el de mi HIJO.

Virginia

 


Imagen
Parto en casa. Mujeres Sabias, Nacimientos Acuarianos
Imagen
Parto en casa. Mujeres Sabias, Nacimientos Acuarianos
Imagen
Con tecnología de
  • .
✕